Me acuerdo de la despedida en el aeropuerto El Dorado. Me acuerdo de ver por la ventana del avión la punta de la península. Me acuerdo de la primera vez que monté en metro. Me acuerdo de lo que sentí al bajarme en la estación de Gran Vía y salir a la calle. Me acuerdo de que, con el tiempo, terminé acostumbrándome y solo logré volver a sentir ese asombro cuando fui a París.